El Buen Fin cumple este año su primera década de existencia. En su versión tropicalizada, el programa pretendía emular la temporada de rebajas en EU conocida como el Black Friday y tenía como objetivo fungir como un catalizador para incentivar el consumo y, por ende, la actividad económica. Este año el programa tendrá una vigencia entre el 10 y el 16 de noviembre. Con este pretexto, opto por hacer tres comentarios que vale la pena tomar en cuenta. Primero, se ha tratado desde el inicio de un esfuerzo redundante por inyectar dinamismo a la demanda interna. Recordemos que no mucho tiempo antes de iniciado el programa en 2011, se establecieron algunos ajustes al calendario de asueto con la finalidad de promover el turismo local. Así, el establecimiento de El Buen Fin en fechas cercanas a tales ajustes de calendario hacía redundante el esfuerzo y, de alguna forma, canibalizaba dos grandes grupos de objetos de gasto o consumo privado en los que se enfocaba cada uno de los programas: sector de servicios turísticos versus mercancías y entretenimiento. Segundo, el programa parece suponer que al hacer atractivo el consumo a través de ofertas o planes de pago, esto detonará una suerte de frenesí de gasto que terminaría por beneficiar a la actividad económica. En este contexto, si se aspiraba a un efecto duradero, se tendría que haber supuesto que el programa incentivaría cambios en el comportamiento de los consumidores tales que la proporción del ingreso que dedicaría al consumo se elevaría en detrimento del ahorro. Ahora bien, un efecto meramente temporal (sin cambio en preferencias entre gasto y ahorro) supondría un impulso al consumo de manera fugaz (de una sola vez), seguido de un mejor consumo en los meses posteriores (compensación). La evidencia podría respaldar la tesis de un efecto meramente temporal. Por ejemplo, partiendo del componente estacional de la serie de ventas al menudeo del Inegi (ingresos de establecimientos comerciales al menudeo) se observa en general un comportamiento estacional claro e intuitivo. El consumo se ve poco influido por un impulso estacional entre mayo y agosto para después acelerarse a partir octubre y hasta diciembre (claramente ligado a las compras de fin de año). También de manera intuitiva, el impulso estacional merma a partir de enero y durante la primavera. No obstante, si dividimos la serie de ventas al menudeo en dos periodos (pre y pos El Buen Fin), puede notarse claramente un fenómeno muy particular: en la serie más reciente (con El Buen Fin) el impulso estacional de consumo en noviembre es mayor al periodo anterior al programa para después moderase en diciembre (quedando por debajo de las fuerzas estacionales del consumo previo a la existencia de El Buen Fin). Tal comportamiento parecería sugerir que el consumidor se ha visto afectado en su actitud, pero solo hacia un consumo estacional por adelantado a las fechas decembrinas. Tercero, en la formación de expectativas para el programa El Buen Fin 2021 convendría no perder de vista lo que la encuesta de confianza del consumidor nos dirá este mismo viernes. Por lo pronto, la encuesta de septiembre mostraba algunos resultados importantes de considerar, ofrezco cuatro. La posibilidad de que los hogares realicen compras de bienes durables y vestido y calzado se encuentra todavía en niveles inferiores a 2018 y 2019 (prepandemia). En contraste, la planeación para compra de automóvil y comprar, construir o remodelar casa se encuentran en niveles excepcionalmente altos.
Finalmente, al menos tres retos para este Buen Fin 2021. Primero, la percepción manifiesta en los hogares respecto a las posibilidades de ahorro, la cual se encuentra en niveles excepcionalmente elevada. Segundo, el actual clima de presiones inflacionarias que afecta especialmente a las mercancías. Tercero, los obstáculos logísticos y cuellos de botella productivos y su posible impacto en disponibilidad de algunos bienes.
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