Otra vez de viejitos

opinion-121

Por: Adolfo Mondragón

Cuando en semanas pasadas hablaba de la necedad de usar eufemismos para llamar a las cosas y a las personas, como personas de la tercera edad, cuando en realidad ya estamos en la cuarta, pero ni lo sentimos, decir a las personas que tienen alguna discapacidad que tienen “capacidades diferentes” cuando todos tenemos capacidades diferentes (bueno yo confieso que no tengo ninguna capacidad), “pompis” a los glúteos, “popó” al excremento, “hacer del uno” porque orinar se nos hace fuerte; y un sinfín de cosas similares. Realmente llegar a viejo es un privilegio, hay miles que no llegaron, gente cercana a nosotros, compañeros de generación, vecinos, compadres, incluso familiares (mi hermanita Nora murió de escasos 52 años, estaba en la flor de la vida y le quedaba mucho por hacer), etc. Por eso debemos de sentirnos orgullosos de ser viejos, de que nos llamen abuelos, ancianos, viejitos (con cariño), porque realmente lo somos y qué bueno que lo seamos, eso quiere decir que aún seguimos aquí, que aún sentimos y conservamos sueños e ilusiones, anhelos y deseos, muchos acariciados desde muy jóvenes. Y por eso, porque aún acaricia- mos sueños de juventud es que nos ha llegado la hora de realizarlos, no, no hacemos el ridículo, ni somos viejos trasnochados, simplemente queremos seguir viviendo, no somos invisibles o etéreos, tenemos sangre en las venas y un corazón palpitante; es cierto que ahora somos más lentos, pero no menos eficaces, lo que pasa es que ya no tenemos la prisa de los jóvenes, hemos descubierto el valor del tiempo y aprendimos a esperar; saber esperar, me enseñó el doctor Daniel Enríquez, es un logro en la vida. Ahora sabemos que todo llega a su tiempo y que nuestros tiempos no son los tiempos de Dios. Yo me sentiría feliz de poder volver a platicar con mi abuela, esa vieja porfiriana y sabia que le ponía el acento a cada cosa y palabra, que le llamaba pan al pan y vino al vino y no se asustaba de nada porque ya conocía la vida. Aprendí más de ella que de todos mis maestros. Finalmente, con los años nos llega la sabiduría, descubrimos la esencia de las cosas y dejamos, estúpidas ambiciones, o deseos insanos, nos despojamos de gustos superfluos y de sentimientos que dañan el alma como envidias y rencores, aprendemos a perdonar y esto nos permite liberar el alma y el corazón. Hace años, en esta misma columna y hablando sobre el mismo tema, comentaba que no nos importaran los años y las arrugas que nos dejan, que no le diéramos tanta importancia a las reumas o el reuma, que mejor nos importara que no le salieran canas al alma, que no sintiéramos las reumas en el corazón y que no se nos arruguen los sueños; sigo pensando igual. La vida es maravillosa y vivirla una experiencia bellísima, por lo tanto hay que vivir. Trata de ser feliz con lo que tienes, cantó alguna vez Napoleón y agregó: vive la vida intensamente; ahí está la clave de la felicidad, vivir la vida intensamente. Bueno, ya no los sigo aburriendo con estas reflexiones de viejo feliz, mejor los dejo para que disfruten de su familia, gócenla, porque los hijos se van y hay que esperar a que lleguen los nietos para recuperarlos, gracias infinitas por la gentileza de su atención, le deseo un espléndido fin de semana en familia, haga planes para air a ver el Ballet de Cuba, vale la pena, es de lo mejor, recuerden que con ellos inauguramos el Teatro Principal del Centro Cultural hace ya algunos ayeres (de buenas que me acordé de terminar la columna, para variar ya se me había dispersado el ganado caprino).

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