Cruz Azul remonta 2-1 al América en el clásico jóven y ya es sublíder

El América comenzó con mejor postura táctica, cediendo la iniciativa pero mostrando orden. Su gol al minuto 31, obra del uruguayo Brian Rodríguez, nació de un error en salida de Jorge Sánchez que terminó costándole caro a La Máquina. Fue un golpe que encendió la rabia celeste, un recordatorio de que los clásicos se deciden en detalles, en errores mínimos que se magnifican por la pasión.
Pero el fútbol, a veces, concede justicia poética. Apenas dos minutos después del gol de las Águilas, Gabriel “Toro” Fernández cazó un balón suelto tras una mala cobertura de Kevin Álvarez y definió con potencia para igualar el marcador. En ese momento, el estadio explotó. El rugido fue ensordecedor. El empate no era solo un gol; era un mensaje: Cruz Azul no se rendiría.
El segundo tiempo se jugó al límite. Los duelos individuales fueron una guerra de orgullo. En cada barrida, en cada balón dividido, había una historia personal. América apostó por el contragolpe y buscó aprovechar la velocidad de Zendejas y Henry Martín, pero la defensa cementera, liderada por Juan Escobar, se mantuvo firme. Del otro lado, los azules comenzaron a mover la pelota con más precisión y confianza, empujados por una afición que no dejó de cantar ni un minuto.
La voltereta llegó al minuto 67 con la firma del capitán Ignacio Rivero, quien acababa de ingresar al campo. El uruguayo, símbolo de entrega y garra, aprovechó un rebote dentro del área para mandar el balón al fondo de las redes. La explosión emocional fue total. Los jugadores corrieron hacia la tribuna azul, fundiéndose en un abrazo con su gente. Fue el gol que coronó una noche perfecta, el que devolvió la sonrisa a una hinchada acostumbrada al sufrimiento.
El técnico Nicolás Larcamón tomó decisiones arriesgadas antes del partido. Dejó fuera al portero Kevin Mier y al central Willer Ditta, ambos convocados recientemente por la selección colombiana, por haber reportado tarde a los entrenamientos. Muchos consideraron la medida excesiva, pero el resultado validó su autoridad. Cruz Azul ganó con disciplina y espíritu colectivo, dos sellos que el argentino ha tratado de imponer desde su llegada.
A pesar de algunos conatos de bronca en las gradas, el operativo de seguridad evitó incidentes mayores. La rivalidad, aunque encendida, se mantuvo dentro de los límites de la pasión deportiva. La policía reportó solo pequeños enfrentamientos verbales y el decomiso de objetos prohibidos, pero nada que opacara la fiesta futbolera que se vivió en el Olímpico.
Fuera de la cancha, el ambiente también fue de celebración. Las redes sociales se inundaron de memes, videos y mensajes de los aficionados azules que, por fin, pudieron devolver las burlas tras varios tropiezos ante su eterno rival. Para muchos, esta victoria tuvo sabor a revancha, un ajuste de cuentas emocional que la afición llevaba esperando desde la última final perdida.
Con este triunfo, Cruz Azul escaló al segundo lugar del torneo con 28 puntos, apenas tres menos que el líder Toluca. América, por su parte, cayó al tercer puesto con 27 unidades. Más allá de la tabla, el golpe anímico fue considerable para las Águilas, que llegaban como favoritas y con un plantel más completo. La derrota los obligará a recomponer el camino en una parte clave del campeonato.
En el vestidor celeste, las sonrisas eran inevitables. Larcamón felicitó a sus jugadores por la actitud mostrada, destacando la capacidad del equipo para reaccionar ante la adversidad. “Este grupo tiene alma”, dijo brevemente a la prensa, sin esconder su satisfacción. Del otro lado, André Jardine, técnico americanista, reconoció que su equipo no supo manejar la presión ni el ritmo del partido tras el gol inicial.
El Clásico Joven volvió a demostrar por qué es uno de los partidos más intensos del fútbol mexicano. No se trata solo de historia, sino de emociones que se heredan, de rivalidades que atraviesan generaciones. Cada encuentro entre Cruz Azul y América es un capítulo nuevo de una novela interminable, escrita con lágrimas, cánticos y corazones acelerados.
En la tribuna, viejos aficionados celestes recordaban noches de gloria y tragedia, y veían en esta victoria un renacer. “Este es el Cruz Azul que queremos ver”, decía un hombre con la camiseta del 97, evocando los días en que La Máquina era sinónimo de poderío. Esa nostalgia se mezcló con la ilusión de una nueva era, una donde ganar un clásico vuelve a ser posible.
En el campo, los jugadores se abrazaron al final. Más allá de la rivalidad, hubo respeto. El fútbol, con toda su carga de pasión y drama, sigue siendo un espacio donde la competencia puede convivir con la dignidad. El sonido final del silbato no solo marcó el cierre de un partido, sino el comienzo de una nueva ilusión para una afición que, por una noche, volvió a creer.
Y así, en una noche lluviosa que terminó en euforia, Cruz Azul escribió otra página memorable en su historia reciente. Lo hizo con coraje, fútbol y corazón. Ganó el clásico, sí, pero sobre todo, ganó el derecho de soñar de nuevo. Porque en este deporte, a veces, una victoria vale mucho más que tres puntos: vale recuperar la fe.
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