México espera que el Mundial facilite la revisión del T-MEC con EE.UU y Canadá en 2026

La idea de usar el torneo como espacio de consenso nació de lo simbólico: si el deporte une, pensó Sheinbaum, ¿por qué no aprovechar ese impulso positivo para impulsar acuerdos? Esa lógica le dio un matiz menos técnico y más simbólico a lo que hubiera sido una revisión de tratado como cualquier otra. En su conferencia en Palacio Nacional lo dejó claro: el ambiente que se vivió en Washington durante el sorteo —la camaradería, las imágenes compartidas, la expectación global— demuestra que 2026 puede ser una oportunidad única para que México, Estados Unidos y Canadá revisen el T-MEC con espíritu constructivo.
De entrada, Sheinbaum dejó claro que el T-MEC no termina en 2026 ni desaparece: se revisará. Esa aclaración vino tras versiones que sugerían una posible conclusión del acuerdo. Pero, según ella, el punto no es renovar o desechar el tratado, sino adaptarlo a los nuevos retos del comercio, del mundo globalizado y de una América del Norte que se prepara para un mega-evento que implica movilidad, inversión, turismo y muchas cadenas de suministro.
En su discurso, Sheinbaum habló de tres razones principales por las que México debe mantener una relación estable con Estados Unidos: la vecindad geográfica, la gran comunidad mexicana que vive allá —millones de personas— y la convicción de que “es mejor llegar a acuerdos que a confrontaciones”. Esa postura, recalcó, guía sus decisiones ante mercados, migración y cooperación regional.
Al regresar de Washington, en la conferencia mañanera desde Palacio Nacional, la mandataria insistió: el Mundial representa una ventana de oportunidades. Y no sólo desde el espectáculo deportivo, sino desde lo económico, lo comercial, lo diplomático. Dijo que en esos días en la capital norteamericana se avanzaron en definir responsables para distintas áreas de cooperación: comercio, industria, transporte, logística. Todo preparado para otoño-invierno de 2025, para que para 2026 ya haya mesas de trabajo listas.
Pero no todo fue entusiasmo. En algunos medios se resaltó que oficialmente, durante la reunión, no se habló de la revisión del T-MEC. Es decir: existió un mensaje público —el de Sheinbaum—, pero no un compromiso formal. Aun así, la apuesta simbólica fue clara, y eso basta para marcar una hoja de ruta.
Desde la perspectiva de México, la apuesta tiene sentido: con un Mundial en casa, con estadios, inversiones, turismo internacional, exportaciones, importaciones, transporte y movilización de bienes, el comercio regional se mueve con fuerza. Es un buen contexto para revisar normas, flujos, cadenas productivas, reglas de origen, transporte internacional, fronteras, migración laboral y logística.
Para Estados Unidos y Canadá, aceptar esa invitación de revisar el tratado durante un año de Mundial puede garantizar estabilidad, previsibilidad, preparación industrial y logística, y disminuir tensiones comerciales. Si todo se maneja con cuidado, el torneo puede convertirse en un catalizador de acuerdos, no en un detonador de disputas.
Para Sheinbaum, además, existe un elemento de política interna. Poner en el centro del debate la revisión del T-MEC usando el Mundial podría permitir mostrar resultados, acuerdos, integración regional, y proyectar una imagen de pragmatismo, diplomacia activa y apertura comercial. Es una jugada que mezcla deporte, diplomacia y economía.
Durante su estancia en Washington, la presencia mediática fue intensa. La ceremonia del sorteo tuvo un formato casi hollywoodense, con luces, cámaras y presencia internacional. En ese contexto, la foto con Trump y Carney cobró un valor político simbólico. Esa imagen fue aprovechada como un mensaje claro: Norteamérica unida, con México como protagonista.
Pero algunos analistas y críticos señalan que la estrategia implica riesgos. Para empezar, reunir deporte y política comercial puede generar expectativas altas de un día para otro. Si al final la revisión del T-MEC no avanza, podría generar desilusión. Además, algunos sectores industriales y sociales podrían sentir que se privilegia el interés comercial sobre temas sensibles como migración, derechos laborales o medio ambiente.
Sheinbaum, consciente de esas críticas, ha dicho que el enfoque no es confrontativo, sino de diálogo. Que la revisión será hecha con respeto mutuo, buscando beneficios para los tres países, sin crear rupturas. Esa actitud conciliadora —según ella— es fundamental para que la revisión no se convierta en un nuevo conflicto comercial.
Hay quienes creen que 2026 plantea un reto sin precedentes: nunca antes un Mundial había sido organizado por tres países norteamericanos, con economías interdependientes, flujos migratorios intensos y grandes diferencias en regulación, salarios, inserción laboral y normas de comercio. Poner al comercio al centro de esa coyuntura implica asumir esa complejidad.
Entre los sectores productivos de México hay expectativa: automotrices, agroindustriales, textiles, manufactura, logística, transporte. Todas esas industrias miran al Mundial como una oportunidad de exportar, proveer servicios, atraer inversión, abrir mercados. Si la revisión del T-MEC es favorable, podría concretarse un impulso real a muchas cadenas productivas.
Pero también hay cautela. Las empresas saben que las negociaciones comerciales suelen ser largas, tuguriosas, con presión de lobbies, revisión de normas sanitarias y reglas de origen, estándares laborales, tratados ambientales —temas que en México generan debates intensos. No es simplemente firmar un acuerdo; significa negociar en múltiples frentes.
Para la ciudadanía, el mensaje de Sheinbaum puede leerse como una apuesta optimista: apostar al diálogo, al mundo global, a la integración comercial y al empleo. Pero algunos sectores sociales podrían ver con recelo que un torneo deportivo se use como pretexto para revisar un tratado comercial, quizá sin transparencia, sin participación ciudadana.
En su iniciativa, Sheinbaum también busca proyectar que México tiene un papel activo, protagonista, no subordinado, en la relación con sus vecinos. Que el país no espera pasivamente decisiones de Estados Unidos o Canadá, sino que propone, coordina, participa. Esa narrativa puede servir para fortalecer una imagen nacional de fuerza y autonomía.
Mientras tanto, en Washington, el encuentro entre mandatarios fue breve, diplomático, sin declaraciones explosivas, con sonrisas, saludos protocolares y buena disposición. Esa forma calma y calculada marca una diferencia con otros momentos de tensión en la relación bilateral.
Al final del día, lo que queda claro es que el Mundial 2026 no será solo un torneo: será una vitrina política, económica y comercial. Un evento que puede reforzar la integración regional o, si no se maneja bien, convertirse en un punto de conflicto. Pero con la estrategia de Sheinbaum, la apuesta está puesta a que sea lo primero.
Las reacciones no se hicieron esperar. Algunos sectores empresariales ya aplauden la idea: una revisión del T-MEC podría modernizar normas, adaptarlas al nuevo contexto global, eliminar trabas, abrir oportunidades. Para ellos, el Mundial y el tratado van de la mano.
Otros, en cambio, alertan: no todas las industrias tienen las mismo vulnerabilidades. Algunas podrían perder privilegios, quedar expuestas a competencia extranjera, o enfrentar ajustes bruscos. Para ellos, una revisión apresurada podría significar incertidumbre.
En el frente político, la oposición observa con cautela. Hay quienes ven la estrategia como oportuna, otros como populista: usar el Mundial para hacer política comercial, con medallas mediáticas, pero sin claridad, sin transparencia, sin procesos abiertos.
Para la diplomacia mexicana, el reto es enorme: coordinar tres países con distintas prioridades, economías dispares y visiones distintas. Lograr consensos requerirá tacto, paciencia, mucha negociación. Pero también puede redefinir los lazos regionales por décadas.
Desde este lado, la apuesta de Sheinbaum podría consolidar a México como puente y eje de integración en América del Norte. Si las negociaciones fluyen, el país podría beneficiarse no sólo del deporte, sino de un comercio más dinámico, empleos, inversiones y cooperación regional.
Sin embargo, el camino no será sencillo. Entre intereses privados, regulaciones, debates sociales y presiones externas, la revisión del T-MEC exigirá más que simbolismos. Será una prueba de realismo político, capacidad de negociación y voluntad de todos los actores.
Mientras tanto, los ojos del mundo estarán sobre Norteamérica. El Mundial 2026 atraerá talento, turistas, inversión, atención mediática. Y aunque el balón será centro del espectáculo, detrás del telón se jugará otra jugada: la del comercio internacional, la diplomacia y el futuro económico regional.
Para Sheinbaum, este momento representa una ventana histórica. Si México logra aprovecharla bien, podrá apuntalar su papel global, fortalecer su economía y demostrar que los grandes eventos pueden servir también para acuerdos serios.
Y si no, será una lección: que mezclar deporte, política y comercio no siempre sale bien, que el entusiasmo no basta, que se necesita transparencia, diálogo, visión de mediano plazo.
Por ahora, la apuesta está hecha. El sorteo en Washington ya pasó, las fotos con Trump y Carney ya dieron la vuelta al mundo, y la idea sembrada de usar el Mundial como engrane para revisar el T-MEC ya circula. Faltará ver si ese impulso se convierte en hechos.
Lo que sí es evidente: 2026 no será sólo una fiesta del fútbol. Será un test para América del Norte —y para México— de qué tan lejos puede llegar cuando deporte, diplomacia y comercio se entrelazan.
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